Javier Jiménez C., Psicólogo Oncología y Cuidados Paliativos
Yordanna Ovando H., Trabajadora Social Oncología Y Cuidados Paliativos
El momento del diagnóstico de cáncer, para muchas personas, puede ser el episodio más difícil de su vida. La persona, ahora, paciente y su familia experimentan las preocupaciones que culturalmente surgen ante una enfermedad considerada socialmente como catastrófica.
Aparecerán resignificaciones de la mortalidad, miedos e incertidumbres sobre el futuro. Junto a todo ello, situaciones nuevas, entre las cuales están las evaluaciones multidisciplinarias, exámenes y tratamientos cuyo impacto tanto físico como psicosocial puede ser intenso.
Los pacientes y sus familiares empiezan a adaptarse a la situación. Aparecen discursos de superación, aceptación, incluso resignación. Es aquí donde uno puede escuchar con claridad comentarios como: “Voy a ganar esta batalla”, “Esta enfermedad no me la va a ganar”, “no me voy a rendir” etc. y si bien estas conversaciones indican motivación y un sentido de la vida activo, resultan negativas cuando se considera el impacto que tienen en un nivel más profundo tanto en la praxis profesional como en la esfera biopsicosocial y espiritual del paciente y su entorno cercano.
La metáfora Bélica popularizada en Norteamérica durante la década del 70 transforma la experiencia de tratamiento oncológico en una batalla donde habrá ganadores y perdedores agregando presiones innecesarias hacia pacientes y profesionales.
Las personas enfermas de Cáncer experimentan una serie de reflexiones durante el proceso de tratamiento. Preocupaciones sobre el progreso de la enfermedad versus el efecto deseado del tratamiento, negociaciones con el pasado, búsqueda de responsabilidades ambientales e individuales, reevaluación de sus estilos de vida, redefiniciones de su espiritualidad y/o afianzamiento/descubrimiento de la misma. Con esto, también nuevas responsabilidades y rutinas de paciente, cuidadores/familiares. Uso adecuado de medicamentos, horarios y dosis entre muchas otras.
Todo lo anterior puede generar ansiedad, estrés, dificultades para adaptarse que podrían transformarse en cuadros más complejos de salud mental. La metáfora Bélica nada ayuda en dicho contexto; añade ansiedad y crea responsabilidades falsas en el usuario/a. Es terreno fértil para la depresión y la desmoralización, sobre todo cuando no se alcanza respuesta al tratamiento desde las expectativas y la persona empieza a sentir que se “está perdiendo la batalla” y que esto es “su culpa”. Ahora no solo lidiamos con la tristeza esperable frente a noticias que se interpretan como malas, sino que además con una sensación derrotista, desmoralizadora con mucha carga de culpa.
La necesidad de ganar la batalla no favorece el tratamiento, una persona con esta forma metafórica de ver la realidad podría ocultar o minimizar síntomas en la búsqueda del triunfo. Junto a lo anterior es importante considerar no solo la forma en que el paciente percibe la enfermedad, ya que todo lo mencionado se puede trasladar al entorno familiar, de cuidadores y otros cercanos quienes también deberían evitar construir estas realidades bélicas, siendo relevante que la red de cuidado más cercano pueda a través del relato cambiar la forma de llevar el proceso, considerando que los pacientes han sido diagnosticados de una enfermedad que hay que tratar y que no responde a una lucha personal o enfrentarse a una guerra. Tarea que como profesionales de la salud debemos educar.